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Vivir en un Botijo.

Vivir en un Botijo.


No sé en qué zona viviréis, ni siquiera tengo claro de si sabréis lo que es un botijo, ya que esto está altamente ligado a la edad que uno tiene, la época y zona en que le toco o tuvo la suerte de vivir su infancia; yo ahora que empieza el verano, he rescatado uno que tenía en el almacén y lo estoy utilizando; hay que beber bastante y el juego de equilibrio, el sabor del agua y la temperatura del agua, lo favorece.

El Botijo, tal como yo lo conocí, aunque en algunas zonas escuché también la palabra: búcaro y botija, siendo esta última a mi entender como algo más achatada; (había botijos para mayores y también para niños/as); aquí en el taller, tengo uno de cada.

 

Como cántaro, yo entiendo una terminología más genérica, la alcarraza es una definición que nunca había oído, el porrón, lo entiendo, como un recipiente más para el vino, en forma y economía, la porosidad de la arcilla, que hace que traspire el agua por sus poros, enfriando el agua que hay en su interior, no la veo demasiado práctica con el vino, estar todo el día viendo rezumar este y reponiendo el vino en el interior y el goterío constante, salvo que, como pude observar en cierta localidad, sea un botijo de invierno, ¡si!, de invierno; quedé bastante sorprendido con el término y al observar en una vitrina la diferencia, pude ver claramente el por qué. El botijo de invierno, está esmaltado y ricamente decorado, sirve para contener líquidos y beber directamente de él, ya que tiene la misma forma que el botijo, pero evidentemente, no suda ni enfría; en invierno, no creo que haga falta.

 

 

 

Existe una localidad en Córdoba, la Rambla, un pueblo de alfareros/as y pongo el femenino, porque según tengo entendido, en muchas localidades, las verdaderas alfareras, eran mujeres. En una tierra no demasiado fértil, los hombres y mujeres, se iban al campo y a la vuelta los hombres, se ponían a apalear la arcilla y extraerla de la tierra, mientras tanto las mujeres, en un torno de mano en los casos de economía más precaria, un torno de pie y ya hoy en día eléctrico, se ponían a tornear todo tipo de vasijas de carácter utilitario, para complementar la economía doméstica.

 

Volviendo a la Rambla, sé que allí, suele participar o solía, toda la familia, dadas las características de la arcilla: está la de color anaranjado que, al cocer, queda rojiza, que es la más corriente, por donde yo vivo y otra blanca, con la que se hacían botijos y los farmacéuticos, los tenían colgados en la botica, con un pequeño recipiente en la base del mismo, que recogía el agua que era filtrada por esta arcilla y se vendía, ya que era buena para los problemas de riñón.  

 

Bueno y hasta aquí, la parafernalia y explicación necesaria, que yo necesito siempre a modo de introducción, para después soltar algo que posiblemente, no tenga demasiado que ver. 

 

 

¿Habéis visto como se elabora un botijo?; yo en Granada, vi a un señor, que los hacía de un tamaño descomunal; como de dos metros de altura, combinaba la técnica de colocación de “Churros”, “Rulos”, “Chorizos”; he oído de todo para definirlos en barro; pues como decía, colocaba unas mangas de arcilla del grosor de un brazo una encima de otra y las unía con el procedimiento adecuado para después irlas retorneando. Conservaba siempre frescas las dos últimas hileras e iba dejando que se secaran lentamente las de abajo, para que fueran capaces de soportar el peso sin hundirse y al día siguiente, continuaba, de tal modo, que este hombre, se iba quedando encerrado dentro del propio botijo que iba construyendo y necesitaba de una escalera a medida que iba avanzando para poder salir.

Usando esta metáfora del botijo; ¿no os habéis planteado nunca o mejor, no os habéis observado en alguna ocasión, construyendo uno mentalmente?, es decir; rodeándoos de obligaciones innecesarias, no indispensables para la subsistencia, de una de estas mangas de arcilla y habéis continuado por el mismo camino, añadiendo otra y otra, hasta haberos quedados vosotros/as mismos/as encerrados en el interior.

  

A veces pasa, que cuando ya llevamos uno de estos metafóricos botijos ya construidos y tenemos la altura de las paredes, casi coincidiendo con la altura de nuestro cuello, este, se nos derrumba, por la rapidez en la ejecución y tenemos la suerte de salir; pero otras, conseguimos finalizar la elaboración del mismo y quedamos encerrados en el interior, rodeados de unas metafóricas paredes de arcilla y tan solo podemos observar la luz del día o las estrellas, por los dos orificios que tiene este; el de salida para beber “Pitorro” o el de entrada “Boca”, una vez sucede esto, pueden pasar tres cosas: 

 

 Que nuestro metafórico botijo merme al secarse con nosotros dentro, con lo cual quedaremos aún más comprimidos.

Que el botijo, tras su secado, sea horneado, con lo cual habremos construido un bonito ataúd para albergar nuestras cenizas.

Que lo llenen de agua, aun sin cocer como una gracia o tal vez, para aplicarle alguna barbotina líquida, engobe o como se dice hoy en día “Terra Sigillata”, para embellecerlo por dentro y por fuera y después bruñirlo.

 

Algunas personas, no saben salirse de este búcaro metafórico en el momento preciso o salen de la botija, por abajo, arañando cuando aún está fresca, practicando un orificio de salida. Otras, quedan en el interior.

  

Ayer vi una película extraña, de estas que te encuentras por casualidad buscando algún entretenimiento desde el interior de tu botijo; se titula “La Trinchera Infinita”, codirigidas por: Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga.

 

"La historia va, de aquellas personas que permanecieron escondidas en algún butrón en sus propias casas durante 10, 20, e incluso 30 años durante toda la dictadura, por miedo a las represalias, hasta el día de la amnistía general, tras cumplirse los 30 años de la Guerra Civil Española. Tal vez, esta historia, como mi vida en estos últimos años, me hayan sugerido esta pequeña historia". 

  

Mi cabeza asomaba ya por la boca del botijo y producto del calor del horno que ya se veía venir, mi deshidratación, me ayudo a salir del interior, vi, que alguien había construido ya un asa y todo para agarrarlo; no entiendo para que, dado el descomunal tamaño, pero me así a ella y por la lubricación de la arcilla de la boca un tanto fresca, logré salir.

  

Se acabó la elaboración de botijos, a partir de ahora, los usaré pequeñitos y los compraré allí, donde yo solo sé que aun los fabrican de la arcilla, más refrescante y fina.

  

“El sitio es secreto”

 

 Me voy con el búcaro a otra parte.